la caída del imperio británico

¿Cuándo comenzó la caída del Imperio Británico?

Siempre es difícil de enmarcar las etapas y procesos de decadencia y caída de los imperios. En el caso del británico, su pico (y, por tanto, el comienzo de la decadencia) tuvo lugar en la era victoriana. 

Aproximadamente hacia 1870 alcanzaron su máxima extensión territorial y el mayor peso sobre la economía mundial (la fábrica del mundo, según sus propias palabras). A partir de ahí, comenzó un declive relativo respecto a las emergentes economías de los EE.UU. y Alemania, en parte por sus propias dinámicas, en parte porque se adaptaron más y mejor a las tecnologías de la segunda revolución industrial.

Hagamos un inciso sobre esta era: el incontestable poder económico (y en todos los órdenes) al que hacemos referencia ocurrió en la época de los crueles retratos sociales de las ciudades llenas de hollín de Dickens, en la que los ingleses corrientes eran explotados sin piedad; los irlandeses y escoceses considerados como poco más que ganado; y mejor no hablemos de los indígenas de ultramar… Vamos, que no había una prosperidad muy generalizada que digamos.

Lo que sí había era una élite encantada de conocerse. Una élite que estableció una moralidad restrictiva, hipócrita, y exacerbadamente clasista (Creo que algunos al sur de los Pirineos podrían identificarse con este retrato, ¿verdad?) que aún hoy se venera.

El esfuerzo de la participación en la I Guerra Mundial puso de relieve la diferencia entre la fuerza percibida y la realmente existente. En el periodo de entreguerras se cometió el primer gran error no forzado en política económica con la fijación de un tipo de cambio respecto al oro que hizo que los felices años 20 pasaran de largo en las islas (nota curiosa: el ministro de economía era un tal Churchill). Pero en los terribles años 30, y con gran diferencia respecto a otros lugares, el parlamentarismo con acuerdos pragmáticos se impuso; y ayudó a digerir el panorama adverso.

La II Guerra Mundial fue el último gran esfuerzo (y victoria) militar. Aunque sin los medios de los EE.UU. ni las tropas de la URSS ésta no habría tenido lugar. Es decir, no deberían estar tan orgullosos como están. Resistieron, pero no vencieron a los nazis.

A partir de ahí comienza el desmantelamiento del imperio colonial, que junto con el sorprendente y exitoso (en ejecución, no tanto electoralmente) giro del gobierno de Attlee, con un programa de nacionalizaciones y la creación de un estado del bienestar avanzado, se comienza a sembrar el malestar entre las élites. En la llamada crisis de Suez de 1956 queda patente que, aunque se mantenga cierto poderío militar, políticamente no pueden actuar sin el visto bueno de los EE.UU. Entretanto, se comete otro error no forzado al renunciar a ser un país fundador de las comunidades europeas, despreciando al continente y sobrevalorando los beneficios del mercado de las excolonias de la Commonwealth (Numerosas industrias pagarían muy cara la entrada tardía a un mercado ya integrado, que tuvo lugar en 1973. Para entonces, carecían de las economías de escala para modernizarse y competir adecuadamente). El declive relativo continúa, aunque acompañado por un aumento generalizado del nivel de vida… hasta 1979.

Ese año tuvo lugar la victoria de la Sra. Thatcher, liderando una revolución conservadora que perdura hasta hoy. En su momento, ya desmontamos el doble mito de que antes de Su llegada la economía fuera un caos total, y gracias a Ella se iniciara una gloriosa recuperación. Pero esto no impide reconocer que se trate de una de las políticas más exitosas de su tiempo (y de otros) Porque sí se llevó a cabo una profunda reestructuración del país, del Estado, del discurso y de los modos de hacer política.

Para peor.

Por un lado, reafirmar el clasismo (que nunca desapareció) ahondando en la desigualdad entre ricos y pobres, simultáneamente mejorando las condiciones de los primeros por medio de rebajas fiscales, y empeorando las de los segundos mediante la reducción de su poder negociador en el mundo laboral, el empeoramiento y privatización de los servicios públicos; además de la reestructuración de la economía, desatendiendo una industria geográficamente dispersa, y concentrando la actividad en torno al sector de servicios y finanzas de la City de Londres.

A menudo se habla de la desigualdad interpersonal, pero no tanto de la regional. Y también la es de gran magnitud. Londres triplica la renta del resto de regiones.

(Introducimos anécdota:  personalmente, nunca he visitado el Reino Unido. Un conocido que estuvo un tiempo viviendo allí –es decir: vida real, sin hacer turismo- comentaba que “fuera de Londres, aquello es el tercer mundo”. Y, exagerada o no esta afirmación, sí es indiscutible, con las cifras de Eurostat en la mano y un poco de brocha gorda, que las regiones que no son Londres tienen unos niveles de renta que se codean con los de las dos Castillas).

Esto da como fruto una economía más frágil y un empeoramiento tanto de las condiciones materiales, (y lo que es extremadamente importante para la educación y el equilibrio mental) como de las expectativas de la mayoría, a cambio de que algunos se sientan bien exhibiendo lujos de dudoso gusto y la prensa repita lo bien que va todo, y que no hay alternativa posible (pensamiento TINA: There Is No Alternative).

El Thatcherismo fue celebrado con entusiasmo por las élites abolengas que describíamos antes, y también por algunos nuevos arribistas/oportunistas del dinero rápido de los años 80. A pesar de que, en realidad, la Sra Thatcher no era uno de los suyos, fue la gobernante que más hizo por ellos (quizá precisamente por eso). Y no olvidemos la absoluta entrega de la prensa a la causa.

La importancia de esta era es incalculable: por un lado, cambió el llamado marco mental del discurso político y buena parte del sentir de la sociedad para siempre (es decir, hasta nuestros días).

Por un lado, el Estado pasa a ser un problema. Hay que reducirlo al mínimo posible. Los impuestos (especialmente a los que más tienen) son un robo. Hay que eliminarlos. Los servicios públicos son por definición un lastre económico y social: una fuente de ineficiencias, de pérdidas, y sobre todo de pérdida de virtud moral y de fomento de la irresponsabilidad individual.

Por otro lado, el orden social: Como el mercado es eficiente e infalible, cada uno tiene lo que merece. ¿Es usted pobre? ¡No sea pobre!

Estos postulados no sólo tienen importancia desde un punto de vista moral, sino práctico: Nos presenta a una clase dirigente que dimite de sus funciones. Haciendo de la irresponsabilidad su bandera, carece de importancia saber gestionar, entender el mundo que te rodea o tener la más mínima competencia en algo que no sea coger el botín y vivir de acuerdo a las pulsiones de cada uno.

Todo esto no se dice así de claro, ni se revela de la noche a la mañana, pero tiene consecuencias.

De este modo, los cuadros del partido conservador de los años 80 eran malvados, pero razonablemente capaces y competentes. Los sucesivos reemplazos lo serán cada vez menos. Pero no adelantemos acontecimientos.

Durante los años 80, 90 y 2000, el Reino Unido mantiene su status de gran potencia: sigue siendo la segunda economía europea; tiene capacidad nuclear y armamento con tecnología y desarrollo propios (al menos en parte); de sus universidades sigue saliendo ciencia de primer nivel; su cuerpo diplomático es extenso y experimentado; y aprovecha como pocos la globalización para extender su influencia cultural, bajo el paraguas de los EE.UU.

Y en esto que llegó la crisis de 2008.

Tienen la suerte de contar con Gordon Brown en el momento oportuno. Los gobiernos Blair-Brown son tildados como “thacherismo con rostro humano” con cierta justicia, pero tal y como habíamos dicho, era la realidad que había en el momento. De todos modos, repetimos, Brown no sólo era competente, sino que ideológicamente no tenía las restricciones neoliberal-neoconservadoras que le hubieran impedido actuar, y sólo limitarse a ver cómo se derrumba el sistema financiero mundial. Porque el suyo fue el primer gobierno en actuar con un plan definido y coherente que, a pesar de los pesares, funcionó. Los bancos siguieron funcionando, los depositantes conservaron su dinero, y el caos total no llegó.

(De nuevo, se pueden hacer juicios morales sobre si salvar el sistema es moralmente aceptable o correcto. Sí, es debatible. Pero aquí se está juzgando que la Gran Recesión no fuera una reedición de la Gran Depresión, o algo aún más grande; lo cual es una mejora en términos absolutos. Por otro lado, a muchos de los que claman por tirar todo abajo, suelen dar la callada por respuesta a la inesperada pregunta “¿Y luego, que?”)

La década mágica

Esta larga (larguísima) introducción era para conceder una perspectiva histórica a los hechos más recientes. Las decadencias son procesos largos (en España llevamos 400 años, y contando) y en cierto modo, históricamente naturales. Pero hay formas de gestionarlo y digerirlo, o de acelerarlo.

Ya hemos señalado un par de errores no forzados de calado. Pero iban a quedar eclipsados con lo que íbamos a presenciar a partir de 2010. Veamos.

Decíamos que Brown evitó el colapso total, pero no una fuerte crisis consecuencia de las burbujas financiera e inmobiliaria gestadas por décadas. Añadamos el desgaste político (especialmente el apoyo a la guerra de Irak) el de imagen (años de prensa a la contra) y que el propio Brown no es Mr. Simpatía. La suma no da precisamente la receta para el éxito electoral.

Con estos mimbres llegaron las elecciones de 2010. Y las ganó una de las figuras que se ganan un lugar destacado en la Historia, por su infamia: ante todos ustedes, David Cameron, el Fernando VII inglés.

La suerte que RU encontró con Brown fue enmendada por las urnas. Cameron ganó en 2010 bajo las circunstancias mentadas, pero ni aun así fue capaz de conseguir mayoría parlamentaria. Tuvo que pactar una coalición con los liberal-demócratas, que hicieron un Ciudadanos antes que Ciudadanos.

Este primer gobierno erró en lo económico, llevando a cabo una política dogmática de mal llamada austeridad, muy en línea con la receta que aplicaba la UE, especialmente con los países del Sur, con la importante diferencia de que era innecesaria al no pertenecer al euro (volveremos sobre esto más adelante). Crecimiento e inversión fueron deprimidos voluntariamente.

También erró en lo político, con el referéndum sobre la independencia de Escocia. Una teórica operación de imagen que abrió la caja de unos truenos que aún no han callado. El empleo a fondo en la campaña del escocés Gordon Brown, y el argumento de que abandonar la unión británica implicaba abandonar la Unión Europea fueron decisivos para que ganase el no.

En 2015 fue recompensado con 600.000 votos más y una casi mayoría absoluta. Al fin y al cabo, la economía se estaba recuperando mejor que la europea, el reino seguía unido y la prensa decía que todo iba bien porque gobernaba el partido natural.

Así, teníamos a los mandos a un cuadro de dirigentes educados en las endogámicas y elitistas (en el peor sentido del término) escuelas británicas, que sólo habían conocido el mundo post Thatcher, alabados por una prensa adepta y embriagados de respaldo popular. ¿Qué podía salir mal?

Global Britain

Y llegó la idea más brillante que se le pudo ocurrir: «¿Qué tal si nos libramos del sector más demagogo de nuestro partido haciendo un referéndum sobre la Unión Europea? Al fin y al cabo, sólo llevamos cuatro décadas culpándola de todo lo que no funciona, un voto de castigo al gobierno resulta más efectivo en un referéndum que bajo el sistema electoral británico, y contamos con una prensa a adicta al supremacismo y la manipulación, y la oposición de centro izquierda (liderada por Jeremy Corbyn) menos europeísta del continente». Un plan sin fisuras.

Ganó el sí.

Ganó la quimera de la Global Britain: un país por fin libre de las ataduras europeas que iba a convertirse en un enorme paraíso fiscal donde las inversiones y el talento se darían de codazos para instalarse en él; a la vez que los inmigrantes pobres harían el petate, y donde siempre habría helado de postre (perdón; esto último era sólo en Cataluña).

Ganó el sentimiento (orgullo nacionalista) sobre la razón. La propaganda basada en burdas mentiras y prejuicios. La revuelta de una clase dirigente (políticos, periodistas… el mundo de los negocios claramente estaba en contra) embadurnada del rechazo a la responsabilidad y con extrañas ensoñaciones de seguir viviendo en la era victoriana, pero con internet. Y también una revuelta popular contra la élite de los grandes negocios y de los títulos universitarios con la que guardan un profundo resentimiento fruto del aumento de la desigualdad y de la baja calidad de la información.

Turbo Boost

El referéndum del Brexit devino en una aceleración de los acontecimientos: en seis años se suceden dos elecciones anticipadas, cinco primeros ministros, siete ministros de economía (la cuenta sigue abierta)… y esto con cómodas mayorías parlamentarias de los tories. Imaginen con un parlamento como el italiano o el español.

Y es que la realidad resulta más compleja que los sueños ideológicos. Así es como hemos llegado al motivo último de este artículo: el ambicioso plan de Truss-Kwarteng llamado «mini-presupuesto».

Esta pareja de gañanes sin duda era coherente con su credo: si bajar impuestos permite aumentar la recaudación y tenemos un importante déficit, hagamos un plan masivo de rebaja de los impuestos principales y supresión de otros menores, junto con un programa de gasto en ayudas para cubrir los gastos energéticos. Y aunque en la propia previsión del plan aumentaría el endeudamiento, a largo plazo ya se pagaría sólo.

Para darle rigor y seriedad al asunto, el plan se presentó sin conocimiento de la independiente Oficina de Responsabilidad Presupuestaria y tras conocerse que se estaban preparando movimientos para atacar la independencia del Banco de Inglaterra. Otro plan sin fisuras.

El plan fue alabado por demagogos y sinvergüenzas como Farage (partido del Brexit), Fox News, y la prensa española en general; pero el mundo del dinero, los sagrados mercados, votó con los pies. La libra se desplomó, y la prima de riesgo alcanzó los niveles de Grecia.

¿Cómo, o porqué, la orgullosa gran potencia, capital financiera de Europa, estaba siendo tratada como un país en vías de desarrollo?

Como decíamos, el plan se sustentaba únicamente en ideología: no había ni siquiera un modelo de estadísticas torturadas para que los números cuadren. ¡Estaban haciendo lo correcto!¡Los ricos se merecen la libertad! Y por otro lado, como decíamos, la autoridad del Banco de Inglaterra para contrarrestar desmanes en política fiscal se estaba cuestionando, justo en medio de una crisis inflacionista.

Un poco de teoría económica

Los manuales nos indican que cuando se hacen unos presupuestos expansivos, suben los tipos de interés y la moneda: la consecuencia de la mayor demanda en la economía presiona sobre la de dinero, y los intereses suben. Asimismo, el banco central, para contener esta expansión de demanda, también sube los tipos de interés. Al ser una divisa (y una deuda) que remunera mejor y se mantiene su cantidad constante, el precio de ésta sube.

Luego tenemos el caso de la UE y de muchos países del tercer mundo: los países tienen política fiscal propia, pero no monetaria; sea porque utilizan moneda extranjera, porque han ligado su moneda a otra (Argentina en los años 90) o porque emiten la deuda en divisa extranjera.

En estos casos, la estabilidad que se gana al utilizar una divisa “fuerte” implica también una cesión de soberanía en política monetaria, pero de forma indirecta también en la fiscal.

Un país con moneda propia y deuda emitida en su moneda, nunca puede quebrar en la práctica, en el sentido de quedarse sin dinero para pagar. Es contraproducente (se puede acabar en hiperinflación) pero se puede imprimir dinero “de la nada”.

Si las deudas están en otra moneda (digamos euros) cuya emisión no se controla, el estado sí puede quedarse sin euros. Este es el riesgo que casi se convierte en realidad en la eurozona en 2012, cuando tras el colapso de la banca privada y la errónea racanería del BCE, primero Grecia, luego Portugal y más tarde España, tuvieron que pedir los rescates del FMI-UE (sí, ese rescate del que le hablo, el que según el PP entonces en el gobierno, nunca se produjo).

Recapitulemos: El estado griego, ya muy perjudicado por la crisis de 2008, reconoció tras un cambio de gobierno, que las cuentas (malas) habían sido sustancialmente falseadas. Existía un riesgo muy real de impago. Como consecuencia, “los mercados” (los famosos tiburones con sombrero de copa, pero también los gestores de fondos de su compañía de seguros, o de ese plan de pensiones que le están metiendo por los ojos) no sólo huyeron despavoridos de los bonos griegos, sino que se dieron cuenta de las asimetrías y errores de diseño de la eurozona. Porque si resulta que los países europeos son, a efectos de deuda pública, países del tercer mundo ¿Qué impide que los demás tampoco quiebren? A vender. No importan otras variables fundamentales.

Hasta que no pronunció Mario Draghi su famoso discurso de haremos (el BCE) todo lo que sea necesario, no se sofocó la crisis. Suerte de tener en aquel momento y lugar un italiano inteligente. De tener a un dogmático holandés o español, hoy estaríamos pidiendo maravedíes por las calles.

Volviendo a las islas: Cuando se presentó el mini presupuesto, los bonos cayeron en picado (subió el tipo de interés) y la moneda también, al mismo tiempo. El mercado trataba al RU como Grecia o Argentina.

Es la credibilidad, estúpido

Y nos encontramos con el tótem de la credibilidad. Es como la imagen de marca: un intangible muy valioso que suele costar mucho conseguir, y que se destruye con facilidad. Tengan en cuenta que el que sea valioso no implica que esté siempre (o siquiera alguna vez) justificado.

Y de este modo, los mercados a menudo castigan o premian gobiernos tachándolos de serios o irresponsables a partir de clichés o editoriales redactadas por gurús a sueldo.

La cuestión es que tenemos un país con un buen historial en cuanto a impagos, una economía perjudicada por la coyuntura general (crisis Covid y la posterior guerra en Ucrania) pero no mucho más que otras, y con un cuadro macro, que, sin ser brillante, tampoco es catastrófico. Y con un gobierno conservador “serio y austero” como mandan los cánones.

¿Por qué entonces el pánico?

La última pata del argumento es la que se ha quebrado. Y la carcoma se llama Brexit. El supuesto rigor en asuntos económicos que se auto atribuyen los tories ha quedado aplastado por el Brexit. Un proyecto únicamente suyo, y ejecutado íntegramente por ellos. Una mala idea mal ejecutada, como se ha podido apreciar ya con ciertas crisis de suministros, y con muchos negocios que no pueden tratar de forma fácil y barata con su principal mercado (para comprar o vender). Y la lista crecerá.

Los partidarios del Brexit no sólo hicieron una campaña basada en prejuicios y patrañas, sino que se instalaron en una realidad para lelos (sic), y siguen allí.  Y el complemento perfecto al mundo de fantasía es el delirio de que los recortes de impuestos se pagan solos. El mensaje que se estaba enviando era que efectivamente se estaban creyendo su fantasía. Y claro, con las cosas del comer no se juega.

Con Hunt, el cuarto ministro de finanzas en cuatro meses, y Sunak, el tercer primer ministro en un año, toca recomponer la imagen de seriedad a través de programas de recortes (nuevamente, medidas con gran sesgo ideológico). Es aventurado saber cómo va a continuar esta ópera bufa. La realidad incontestable es que la gente humilde va a pagar la factura de la ridícula ensoñación de unos cuantos mentirosos acomodados.

Continuará.



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